En 1950 los inseparables apenas se encontrarían. Se ven las caras en el Giro, que ese año terminaba en Roma, pero Coppi sufre una grave caída en la primera semana de carrera y
se fractura varias costillas, viéndose obligado a la retirada. Se pone en evidencia el talón de Aquiles del superhombre: cuando se cae, Coppi sufre grandes contusiones. Su complexión frugal, un increíble engranaje hecho de carne, parece casi de cristal cuando se precipita fuera de la bicicleta. La caída en el Giro de 1950 lo deja fuera de juego para la reválida del Tour y para el resto de la temporada. Por su parte, Gino Bartali se bate con honores con el suizo Hugo Koblet —a la sazón primero ganador extranjero del Giro y gran representante del emergente ciclismo helvético— pero sólo puede ser segundo. Es un puesto de mérito pero agridulce para el longevo tricampeón de la ronda transalpina. Aún le daría ese año para cazar una etapa en el Tour y ganar la Milan-San Remo y el Giro de Toscana, su tierra de siempre. Bajo especulaciones de retirada inminente vuelve a subirse a la bici en 1951 y realiza una temporada estimable: 4º en el Tour, victoria en el Giro del Piamonte y 2º en el Mundial en ruta. Por su parte, Fausto Coppi está plenamente recuperado de sus heridas pero vuelve a tener un año aciago. No logra subir al podio de Milán y en París se conforma con una ramplona décima plaza. Su discreto rendimiento deportivo es causa, en gran medida, de la prematura muerte de su hermano Serse Coppi, también ciclista, mientras disputaba una carrera en el norte de Italia. Fausto aún tardaría algo de tiempo en recuperar el brillo, aunque tampoco demasiado. La temporada de 1952 será el último curso en el que se disfrutará de los legendarios Fausto Coppi y Gino Bartali batidos en duelo, o casi. Desafortunadamente, sólo restaba un modesto epílogo de esta historia de amor.
se fractura varias costillas, viéndose obligado a la retirada. Se pone en evidencia el talón de Aquiles del superhombre: cuando se cae, Coppi sufre grandes contusiones. Su complexión frugal, un increíble engranaje hecho de carne, parece casi de cristal cuando se precipita fuera de la bicicleta. La caída en el Giro de 1950 lo deja fuera de juego para la reválida del Tour y para el resto de la temporada. Por su parte, Gino Bartali se bate con honores con el suizo Hugo Koblet —a la sazón primero ganador extranjero del Giro y gran representante del emergente ciclismo helvético— pero sólo puede ser segundo. Es un puesto de mérito pero agridulce para el longevo tricampeón de la ronda transalpina. Aún le daría ese año para cazar una etapa en el Tour y ganar la Milan-San Remo y el Giro de Toscana, su tierra de siempre. Bajo especulaciones de retirada inminente vuelve a subirse a la bici en 1951 y realiza una temporada estimable: 4º en el Tour, victoria en el Giro del Piamonte y 2º en el Mundial en ruta. Por su parte, Fausto Coppi está plenamente recuperado de sus heridas pero vuelve a tener un año aciago. No logra subir al podio de Milán y en París se conforma con una ramplona décima plaza. Su discreto rendimiento deportivo es causa, en gran medida, de la prematura muerte de su hermano Serse Coppi, también ciclista, mientras disputaba una carrera en el norte de Italia. Fausto aún tardaría algo de tiempo en recuperar el brillo, aunque tampoco demasiado. La temporada de 1952 será el último curso en el que se disfrutará de los legendarios Fausto Coppi y Gino Bartali batidos en duelo, o casi. Desafortunadamente, sólo restaba un modesto epílogo de esta historia de amor.
El Giro del 52 volverá a alumbrar al campeón Coppi, aún en su cénit con 32 años. Nada nuevo bajo el sol y una victoria muy holgada después de dos años muy desafortunados. Finalizada la ronda italiana, en julio de 1952 el Tour se dispone a comenzar. Inesperadamente, las fricciones en el equipo italiano toman una escalada peligrosa, como en los viejos tiempos. Bartali está decidido a luchar por su tercer Tour y Coppi sólo quiere gregarios a su lado. El jaleo llega hasta tal punto que la organización del Tour amenaza con excluir a los italianos si no ponen orden entre sus filas. Nadie le concede opciones a Il Vecchio, que tiene 38 años pero aún sigue luciendo como ese diésel irresistible de la Italia de siempre. Coppi no se fía. Está decidido a ganar su segundo Tour y no admitirá distracciones. Exige a Binda que Bartali sea oficialmente excluido de la lucha y apeado de sus ambiciones de amarillo. Binda accede sin alternativa ante la petición de la estrella, Gino se resigna a la condición de gregario y el Tour comienza con rumor de bayonetas. No habrá lucha de poderes, sin embargo, y los italianos se acogerán a la disciplina del equipo durante las tres semanas. Y en efecto, Fausto Coppi volvería a ganar en Francia con todos los honores. Cimentará su triunfo, brillantísimo, otra vez, en la montaña: dominará la llegada de Alpe D’Huez —la primera de la historia— y la de Sestrière, donde infligirá más de 7 minutos a todos sus perseguidores. Será líder en la jornada 10 y ya no soltará la túnica dorada hasta París, gestionando con inteligencia sus ventajas tanto en la montaña como en las cronos. El venerable Bartali nunca pudo seguir ya a Coppi pero hizo un gran trabajo para él, además de hacerse con una notable quinta posición en la general. El doblete Giro-Tour de Fausto en 1952, el segundo de su carrera, asienta a Il Campeonísimo en el Olimpo del ciclismo mundial y lo destaca claramente como el hombre más laureado de la historia del deporte de la bicicleta. Es Julio César apoderándose de la Galia, pero sin Pompeyo que lo inquiete. La sombra del brillantísimo doblete de 1952 es la frustrada tentativa de Bartali de disputar el Tour, su intento negado de robarle un último asalto al hombre que le bajó de la gloria por el peso del tiempo, los años y los dioses. En cualquier caso el ciclista toscano se obstinaría en alargar su carrera aun más y correrá muy dignamente en 1953, emprendiendo la retirada final al término de esa campaña. Después de ello Coppi seguiría ganando pero el brillo de sus victorias perdió destellos, quilates, muy al margen de que ya no volviera a vencer en ninguna carrera de tres semanas. Ganara lo que ganara e hiciera lo que hiciera, sin Bartali ya no podía poner en valor sus aventuras.
Homero, el bidón y la leyenda
Sesenta años después en Italia se sigue discutiendo sobre ello. La rivalidad del ciclismo italiano parece haberse resumido en la famosa escena del bidón de agua. Era ese último Tour de 1952 donde se vieron las caras y Fausto Coppi y Gino Bartali escalaban laboriosamente el coloso Galibier. Era la decimoprimera etapa y Fausto ya portaba el jersey amarillo de líder de la carrera. El tándem italiano trabajaba para seguir maximizando diferencias. Cabe recordar que Coppi era el jefe de filas y Bartali hacía, a disgusto, de gregario. En fin, que subían, y subían, Fausto delante, Gino a rueda. En un momento dado los dos se miran de reojo y estiran su brazo, el uno hacia delante, el otro hacia atrás, encontrándose. Se dan algo. Se pasan un bidón de agua. Pero, ¿quién se lo da a quién? El fotógrafo estaba allí para robar el momento pero la imagen estática no lo aclara. Pese a que los roles estaban claros aquello era una genuflexión en toda regla, un símbolo de debilidad intolerable para el tifosi. Si se ayudan, que no se note; manca finezza y todo eso. El pecado consistió en que alguien tuviera la ocurrencia de inmortalizar ese momento. ¿Quién de los dos ha claudicado ante su enemigo mortal, ofreciéndole agua fresca durante la agonía? La instantánea del fotógrafo Carlo Martini para La Gazzetta dello Sport no lo deja claro, pues recoge la unión de las manos sobre el bidón sin poderse adivinar quién avitualla a quién. Esa es la potencia de la instantánea, a la postre elegida como fotografía deportiva del año. Ateniéndonos a la realidad y dejando a un lado la controversia más mítica, todos los indicios llevan a pensar que fue Bartali quien le dio el bidón a Coppi —de hecho, en la fotografía la bicicleta de Il Campeonísimofigura desnuda y la de Il Vecchio llena de bidones—, lo cual tendría todo el sentido por la jerarquía que guardaban ambos corredores. No importa: la rivalidad mantendrá encendida una duda que casi todas las certezas desmienten. En efecto, la foto deja el suficiente resquicio para que la incertidumbre alumbre una discusión tan larga y contemporánea como los clásicos. Tan inextinguible como el placer de discutir, posicionarse y jalear.
En suma, al fin Italia no pudo sino encomendarse a la mitología ciclista. Su pasado Imperial y magnífico acabó por atrapar los sentimientos de un pueblo que siempre ha demostrado ser extraordinariamente fecundo a los mitos de belleza. Ninguna ciudad más adicta a la hermosura que Roma, y por añadidura, que Italia entera. Pese a lo desdichado de los hombrecillos remontando las rampas con sus castigados cuerpos de palo, pese a lo poco agraciado de la tierra, el barro, el rictus de sufrimiento, las caras polvorientas bañadas por el sol, pese al gesto tenso de la agonía y el sudor, Italia no pudo sino enamorarse de la plástica épica del ciclismo. El crujir de pedales parece hacer vibrar el músculo mitad dormido mitad despierto de la cultura clásica y del imaginario latino, ese paraíso perdido de grandeza, anhelado por una Italia segundona y derrotada tras 1918 y 1945. Porque, ¿qué diferencia existe entre el interminable viaje de Odiseo y la lenta agonía del ciclista durante más de 250 kilómetros? ¿Qué separa al penoso asedio de Troya del lento remontar de cimas del ciclista escalador? Son carne de lo mismo, como bien supo ver Dino Buzzati, el cronista que abre el texto, que hasta entonces no había visto una carrera de ciclismo en su vida y que se encomendó a Homero para explicar y explicarse qué diantres era lo que estaba viendo.
Coppi contra Bartali eran el genio contra el talento, que son dos cosas muy distintas. Uno era el duende y el otro la capacidad, el tesón bien avenido. Ambos tuvieron, sin proponérselo, la magnífica idea de abanderar a las dos Italias, dicotomía conceptual tan presuntamente simplista en teoría como eminentemente cierta en la práctica. Bartali era el espejo para la parte conservadora, cristiana y ‘gentiluoma’, mientras que la romántica y melancólica besaba por donde pasaba Fausto Coppi. Pero eran desdichadas las dos, al fin y al cabo, pues en aquellos tiempos Italia se moría de pena y de hambre. Encontraban un festín de consuelo y pasión en la rivalidad ciclista del momento. Coppi, apenas un paleto poco agraciado a pie pero el mismísimo Apolo cuando montaba en bicicleta; y Bartali, presuntuoso, vehemente, fumador compulsivo, amante del buen vino y fanático comedor de pasta. “Bartali se empapaba de su mundo, y hasta de su mito. Coppi se distanciaba”, dice de ellosSergio Zavoli. Pero al final los puntos de encuentro también son extraordinarios. Ambos perdieron a su hermano —también ciclista— y estuvieron a punto de dejar de competir. Ambos supieron traicionar silenciosos las supuestas causas que defendían, pues Bartali salvó de los fascistas a centenares de judíos durante la guerra y Coppi sirvió en África en la Divisione Ravenna con las fuerzas de Mussolini. La sapiencia de los aficionados supo definir a Coppi como no lo hizo ningún periodista: “Drammatico, ma non serio”. Y a Bartali lo delatóCurzio Malaparte con sus palabras: “Es un hombre en el sentido antiguo, clásico, metafísico también, de la palabra”. También no podían ser más distintos, es cierto, pero la prensa y los aficionados cavaron un abismo de antítesis que tenía escaso parecido con la realidad. Una vez que ambos ganaron el Giro de Italia y empezaron a porfiar en 1940, el mito ya estaba en manos de la espiral pública y totalmente fuera de control de los protagonistas. Todo el mundo necesitaba esa mitología. “Entre la realidad
y la leyenda, imprime la leyenda”,decía John Ford. Ojalá Berlanga, fanático de la bicicleta, les hubiera hecho una película a tiempo.
Al final, como si todos los golpes de pedal les hubieran llevado hasta allí, Coppi y Bartali se vieron a las puertas de Troya y ambos sabían lo que iba a pasar. Podría haber sido en 1947, o en el 48, o en 1949, cuando finalmente ocurrió. La cuestión es que acabaría pasando. La pujante divinidad de Aquiles acabaría sometiendo al viejo Héctor, tal y como la juventud del genio Coppi terminó de colapsar el ciclismo áureo de Bartali. El signo del tiempo cayó con todo el peso de Atenea. En segundo plano, tras los protagonistas, Italia se encomendó a la bicicleta como símbolo de su melancolía y de desazón. Si se lo quiere conocer por entonces, el país de sólo 80 años de vida y 20 años de guerras quedó retratado en aquella aciaga historia del ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica, donde se robaba por hambre y se soñaba por necesidad. En ausencia de más referentes se encomendaron con magnífica honestidad y fanatismo a la figura de dos ciclistas que trajeron al regazo las cumbres de lo imposible. No es ningún decir: cuatro Tour de Francia y ocho Giro de Italia los contemplan. Aquello no tenía ningún parangón. Tanto dominaron que era imposible no subirlos a los altares. Luego vendrían Merckx, y Gimondi, Hinault, Pantani, todos apoyados en la leyenda del ciclismo italiano que Bartali y Coppi, por estricto orden cronológico, habían levantado desde lo más primitivo, desde las carreteras desterrato y los recambios colgados al cuello, ese ciclismo de roca y de ceniza que tan poco se parece al actual. ¡Y cómo dominaron, qué gran impacto causaron! Ganaban subiendo y bajando, en el pavés de la Roubaix o en las jornadas alpinas de la Grande Boucle. Allí donde iban arrasaban, como en aquella Milan-San Remo de 1946. El 19 de Marzo del 46, cuando Coppi llegó a la meta de la Liguria con 14 minutos de adelanto, después de otra cabalgada en solitario de más de 150 kilómetros, al cronista de la RAI no le quedó más remedio que decir al micrófono: “¡Primera clasificado: Fausto Coppi! En espera del segundo, les ponemos música de baile”.
Fausto Coppi
(Castellania, 1919 - Alto Volta, 1960) Ciclista italiano. Llamado el alambre por su estilizada y delgada figura, fue posiblemente uno de los corredores más completos de la historia del ciclismo, pues además de sus victorias en las generales por etapas (cinco Giros de Italia, dos Tours), no faltaron numerosos premios de la montaña, récords de la hora (1942), campeonatos del mundo en ruta (1953) y de persecución (1949 y 1952). Contumaz contrarrelojista, gran escalador y mejor rodador, en su palmarés estuvieron además la mayoría de las grandes clásicas de un día.
El 2 de enero de 1960 una trágica noticia sacudía a Italia entera y reverberaba por todo el planeta ciclístico: acababa de fallecer Fausto Coppi, el campionissimo, el mito viviente, el mejor deportista italiano de la posguerra, víctima de una fulminante enfermedad que puso fin a su vida en apenas una semana. Tenía 40 años recién cumplidos. Adornado con cinco Giros, dos Tours, cinco vueltas a Lombardía, tres Milán-San Remo, una París-Roubaix, un campeonato del mundo y el récord de la hora, entre muchas otras victorias, su palmarés quedó inigualado hasta la llegada del Caníbal Merckx. Pero más allá de sus hazañas deportivas, que contribuyeron a la recuperación del orgullo y la cohesión de los italianos tras el desastre de la guerra mundial, los avatares de su vida privada catapultaron su figura a las secciones de sociedad de los diarios y a las páginas de papel cuché de las revistas del corazón. En la mojigata y ultracatólica Italia de los años 50, su separación matrimonial y su vida en pecado con una mujer casada provocaron un escándalo enorme que le valió incluso una condena de cárcel. El celebrado escritor británico William Fotheringham narra magistralmente en esta obra el paso del cometa Coppi por la historia del ciclismo, con todo su fulgor y todo su drama.
No diga Stelvio, diga ‘Cima Coppi’
El Stelvio, con 2758 m., es el segundo puerto de montaña asfaltado más alto de los Alpes, sólo por detrás del Col de l’Iseran francés, de 2770 m. Fue habilitado por ingenieros del antiguo Imperio Austriaco durante la década de 1820 para conectar la antigua provincia austriaca de la Lombardía con el resto del territorio.
Un puerto con mucha historia
En esta histórica ascensión se vivieron algunos de los episodios más duros de la I Guerra Mundial entre italianos y austriacos debido a su importancia estratégica. Sin embargo, una vez acabado el conflicto bélico, y tras la expansión italiana hacia territorios del norte, el puerto perdió ese interés.
Pero si por algo se conoce al Stelvio a nivel mundial ha sido gracias a las veces que se ha coronado durante el Giro de Italia. Datos altimétricos al margen, resulta necesario destacar que el la subida acaba a 2758 metros de altitud. Desde 1965, cada vez que el Giro ha pasado por este coloso alpino, el puerto ha recibido la distinción de Cima Coppi (nomenclatura que se le concede cada añol punto más alto de la corsa rosa), lo que indica la dureza e importancia que se le da en tierras italianas.
La historia del Stelvio en el Giro de Italia comienza en 1953, momento en que un emblema de la prueba como Fausto Coppi coronó en primera posición esta interminable subida. El mítico escalador italiano completó en solitario el descenso hacia Bormio para conseguir imponerse en la meta, logrando de esta manera la victoria de etapa y la maglia rosa. Coppi lograba vestirse de líder un día antes del final del Giro en Milán. Aurelio del Rio (1956) y el luxemburgués Charly Gaul (1961) sucedieron a la estrella tricolore.
En 1965, el paso se estrenó como final en alto y lo hizo además por la vertiente sur (la de Bormio), inédita hasta aquel instante. Graziano Battasini tiene el honor de ganar en aquella ocasión. Hemos de decir que aquel día la etapa finalizó a 800 metros de la cima, debido a un alud de nieve que hacía imposible llegar más allá.
España también dejó su rúbrica
En los años 1972 y 1975, dos españoles lograrían vencer en la cima alpina. El primero fue José Manuel Fuente, El Tarangu, quién coronó la Cima Coppi en cabeza. Tres ediciones después, sería Francisco Galdós quién acabaría venciendo tras batir al italiano Bertoglio. Ese año, la ronda italiana terminó allí, en lo alto de este ‘monstruo’ de los Alpes.
En 1988, se suspendió el paso por el puerto debido a la gran cantidad de nieve acumulada en la calzada. La altitud del puerto y las fechas del Giro de Italia hacen que la climatología influya de manera decisiva en la disputa de la carrera. Recordemos que, de octubre a mayo, el Stelvio permanece cerrado por la nieve. Antes, concretamente en 1980, el francés Jean-René Bernaudeau se uniría a la lista de
Ya en la edición de 1994, el italiano Franco Vona pasó primero por la cima. No obstante, aquella jornada, que transcurría entre Merano y Aprica, y donde aparte del Stelvio también se sorteaba el Mortirolo, será recordada por la exhibición que protagonizaron Berzin, Indurain y Pantani. Sin duda, una fecha que pasaría a la historia del ciclismo.
El Stelvio: pasado, presente y futuro del Giro
José Rujano (2005), Thomas De Gendt (2012) y, por último, Dario Cataldo (2014) también se unieron en su momento a la selecta nómina de ciclistas que lograron pasar en primera posición por la pancarta de final de puerto. Precisamente, la última ocasión en la que el Stelvio figuró en el recorrido de la carrera, Nairo Quintana ejerció de protagonista, triunfando en la llegada de Val Martello y enfundándose la prenda de líder en detrimento de su compatriota, Rigoberto Urán.
Esperemos que, en esta edición, volvamos a disfrutar de otra jornada mágica por sus reviradas curvas. Tenemos candidatos para hacernos soñar, así que toca sentarse y disfrutar.
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