Historia de la caricatura
Existe un periodo en la infancia durante el que los niños elaboran todos sus dibujos como si fueran caricaturas. A lo largo de esa época feliz, los pequeños actúan como lo hacen los caricaturistas: exagerando ciertos rasgos, representando cualidades psicológicas por medio de atributos físicos.
Se ve entonces que el ser humano tiene en la caricatura un instrumento de representación sumamente útil y poderoso. Recorrer la historia de este arte equivale, en la práctica, a explorar una importante fibra de la sensibilidad contemporánea.
Definamos, para empezar, lo que es y lo que no es una caricatura. Caricatura es un vocablo de origen italiano que designa una forma de la sátira que se fundamenta en la representación distorsionada de un personaje, cuyos rasgos se exageran con intención humorística. Aunque es común satirizar a través de la literatura y las artes plásticas, el lugar de privilegio de la caricatura es la prensa escrita, donde ha evolucionado de forma decisiva.
La caricatura es un proceso que se basa en la metonimia (la parte de algo resume su totalidad): un proceso enraizado en una vieja creencia de aspiraciones científicas, la fisiognomía o fisiognómica. Esta ciencia primitiva consideraba que los rasgos faciales traducen la personalidad del individuo.
Este modo de relacionar morfología y carácter ya no parece interesar a los científicos contemporáneos y es sólo tema de conjetura para las pseudociencias.
Pero en el trabajo de los caricaturistas resulta primordial, pues éstos han de simplificar y destacar ciertos atributos que, al tiempo, acentúan las debilidades o fortalezas del personaje retratado.
Por todo ello, hay algo de expresión hiperbólica en lo caricaturesco, expresión que, por disparatada, conduce mejor la crítica, por muy ácida que ésta sea. En toda caricatura hay una descripción irónica, que induce a la reflexión intelectual de quien la observa.
Como el juicio de valor que es, la caricatura es un instrumento privilegiado para la sátira político-social y la propaganda, pero también para el cómic convencional, donde este recurso gráfico se integra con naturalidad, sobre todo en los tebeos de humor, en los que el disparate resulta un elemento constitutivo.
En su sentido más amplio, la caricatura abarca prácticas muy diversas. Y aunque cabe hablar de ella en relación con cierto tipo de cine o al tratar expresiones plásticas particulares, como las fallas que arden en Valencia (España) durante la fiesta de San José, lo cierto es que los genuinos caricaturistas de hoy cumplen su labor en el seno de la empresa periodística.
Ésa es la razón por la cual, distinguiéndola del concepto más generalista de la sátira, en los siguientes apartados se enfocará exclusivamente la multiplicidad de facetas de la caricatura de prensa, muy relacionada con prácticas afines, como el tebeo humorístico.
Procedimientos de la caricatura
El caricaturista es, ante todo, un dibujante que puede incluir este tipo de parodia en un cómic con argumento o en un chiste aislado en un solo recuadro. Prescindiendo del guión, también puede presentar la caricatura sin narración alguna, como un simple retrato distorsionante.
Esta representación humorística, por sus peculiares cauces de expresión, precisa un alto grado de formación técnica por parte del ejecutante, adquirida bien a través de la práctica continuada del dbujo, o bien gracias al estudio de este oficio con la ayuda de maestros.
La sátira gráfica requiere dotes de observación, pues el retrato de las figuras ha de quedar distorsionado con una cierta intención, exagerando hasta la extravagancia ciertos rasgos definidores, en lo que pretende ser una síntesis reconocible que, muchas veces, llega al sarcasmo.
No es extraño por tanto que algunos caricaturistas lleguen a usar atributos propios del aspecto de ciertos animales para caracterizar sus retratos, y tampoco es infrecuente que los deformen hasta límites que cabe calificar de expresionistas.
Como sucede en el cómic narrativo, el primer paso para la realización de una caricatura es el boceto, que proporciona una idea de lo que más tarde será el dibujo acabado, sea éste un chiste gráfico, una caricatura aislada o una tira cómica.
En el caso del chiste, el autor trabaja una sola viñeta, mientras que la tira llega a albergar tres e incluso cuatro viñetas. Existe un guión previo, el cual puede ser encomendado a un escritor que trabajará en equipo con el caricaturista.
Como es lógico, existe también un archivo documental, pues los humoristas gráficos han de caricaturizar siempre del mismo modo al personaje que aparezca repetidamente en su trabajo, y para hacerlo han de tomar apuntes del natural o a partir de fotografías y grabaciones videográficas.
El Renacimiento como punto de partida
Los especialistas coinciden en señalar las raíces de la caricatura en el Renacimiento, en concreto a partir del siglo XVI, cuando artistas como Holbein, Brueghel el Viejo, el Bosco, los Carracci, Arcimboldo y, sobre todo, Bernini, ensayan formas de expresión artística muy próximas a lo caricaturesco.
Pero es en el siglo XVIII, sobre todo en sus postrimerías, cuando puede hallarse una forma consolidada de la caricatura gráfica, motivada por el nuevo ideario político-filosófico, reflejo de una nueva conciencia librepensadora. El primitivo caricaturista ensaya con sus dibujos una forma novedosa de satirizar a los personajes, sean éstos de otra clase social o de distinta etnia o nacionalidad.
En este sentido, proliferan los estereotipos de clase y también los nacionales, lo cual favorece la síntesis comunicativa, de forma que el dibujante puede dar a entender un concepto con el uso de una gama de símbolos reconocibles, como una bandera determinada, cierto traje regional u otros elementos significativos.
Así, por ejemplo, ya desde el siglo XIX es frecuente en las caricaturas políticas relacionadas con Estados Unidos la presencia de un personaje, el Tío Sam, cuyo sombrero de copa, con las barras y estrellas de la bandera nacional norteamericana, hace las veces de icono identificativo de aquel país.
A partir del siglo XVIII, el dibujante de caricaturas es quien percibe las corrientes de opinión, quien comunica el descontento popular y, llegado el caso, transgrede las normas para ejercer su crítica.
De forma paulatina, las nuevas circunstancias políticas sirven a ese propósito, así como la consolidación del oficio periodístico, pues la prensa es el espacio en el cual la caricatura de los distintos países encontrará su más fértil cauce de expresión.
En lo que respecta a la autoridad política, su censura será el único elemento de contención en ese desarrollo tan significativo para la cultura de masas que es el humor gráfico.
Los cartoons de los años 30, Mickey VS. Betty Boop
Todos recordamos aquel primitivo Mickey Mouse en blanco y negro, vestido de maquinista echando carbón a una máquina de vapor. Eran los años 30, la era dorada de los dibujos animados, los cartoons americanos que comenzaban a cobrar protagonismo en el mundo del cine, y que se han convertido en clásicos. Su influencia se percibe en varios ilustradores actuales, asociados al movimiento Lowbrow, como Cote Escrivá. Te invitamos a un paseo por los cartoons de los años 30. Cuando la genialidad de los dibujantes comenzaba a cobrar vida en la gran pantalla.
Los dibujos animados nacieron antes incluso que el cine. Su antecedente era el zootropo, un aparato que lograba proyectar imágenes en movimiento. Sin embargo, no fue hasta 1914 cuando los cortos de animación se hicieron populares a nivel mundial, de la mano de Félix the Cat, de Otto Messmer. Pero si hay un personaje por excelencia en el que pensamos si nos referimos a los cartoons de los años 30, ése es Betty Boop.
Betty Boop, la reina de los cartoons de los años 30
Los hermanos austríacos Max y Dave Fleischer crearon algunos de los cartoons de los años 30 más populares, y supusieron una fuerte competencia para los estudios de Walt Disney. Ellos crearon, por ejemplo, al payaso Koko (1920-39) y al personaje femenino más seductor del mundo animado hasta la llegada de Jessica Rabbit: Betty Boop (1930-39). Esta mujer de dibujos se inspiraba en la cantante Helen Kane, autora e intérprete del tema I Wanna be Loved for You, al que más tarde daría fama estratosférica Marilyn Monroe.
Betty Boop constituyó el primer cartoon que representaba a una chica “flapper”, como se conocía a las mujeres liberadas de los locos años 20. Aquellas que vestían faldas cortas, no llevaban corsé y se peinaban estilo “bob” (el corte de pelo de Betty Boop, ni más ni menos). Aunque en un principio Betty era un caniche con orejas lanudas, sus creadores la rediseñaron en los años 30 para convertirla en una mujer. Aparecía en la serie Talkartoon, pero ya en 1932 ésta cambió su nombre por el de Betty Boop Cartoons.
Popeye el marino soy…
Mientras Disney andaba produciendo sus primeros cortos de animación con Mickey Mouse, y preparaba su primer largometraje, Blancanieves (1937); los hermanos Fleischer diseñaron su cartoon más duradero en las salas de cine: Popeye (1930-1947). Fue creado originalmente por E.C. Segar para anunciar espinacas. Pero los Fleischer incorporaron la tecnología del rotoscopio, un aparato que permitía calcar personajes animados sobre personajes reales proyectados. Por si no lo sabíais, su nombre proviene de la expresión en inglés “pop-eye”, ojo saltón. Lo que nunca se reveló en la serie es cómo perdió el otro ojo.
No obstante, los años 30 y principios de los 40 estuvieron mayormente dominados por Walt Disney. Desde las películas iniciales del ratón Mickey hasta la primera película sonora Steamboat Willie, en 1928. Un clásico imprescindible de los cartoons de los años 30. Los estudios Disney se situaron a la cabeza de las productoras de animación, desarrollando en estos años los inmortales personajes que rodean a Mickey: Pluto y Donald. Además, la primera película de animación en color corresponde también a Disney, se llamó Flowers and Trees (1932), y fue pionera en utilizar el Technicolor. Aquí podéis verla completa. Dura 7 minutos y medio. ¡Una eternidad para el cine de animación primitivo!
Mary Blair, una mujer en la corte de Walt Disney
Sus creaciones nos han acompañado desde nuestra más tierna infancia y sus personajes están grabados a fuego en nuestra memoria, pero muchos ni siquiera la conocíamos. Os presentamos a Mary Blair, la ilustradora de Disney que creó La Cenicienta, Alicia en el País de las Maravillas o Peter Pan. Para ambientarte un poco en esta historia… dale al play y sigue leyendo…
Mary Blair nació en Oklahoma en 1911 y es una de las pocas mujeres reconocidas en el mundo de la ilustración durante los años 50. Ella y su marido, el ilustrador Lee Blair, comenzaron a trabajar para la factoría Disney en 1940. Al año siguiente, Mary viajó junto a Walt y otros artistas a Sudamérica, donde realizó el arte conceptual de los largometrajes Saludos Amigos y Los Tres Caballeros.
Diseños de Mary Blair que jamás olvidaremos
A pesar de participar también, de forma breve, en el arte de Dumbo y La Dama y el Vagabundo. Las películas con las que alcanzó el cenit de su carrera como dibujante se rodaron en los años 50, la época más prolífica de Disney, cuando se producía una película cada año. Mary se encargó del concepto artístico de La Cenicienta (1950), Alicia en el País de las Maravillas (1951) y Peter Pan (1953), en las que demostró su particular diseño del color, su mayor seña de identidad.
Curiosamente, nosotros la hemos conocido gracias a uno de los artistas que colaboran en la colección de Cuadernos Arty de Imborrable, Germán Torres de la Trastería, ya que es una de sus ilustradoras fetiche. Una mujer adelantada a su tiempo que tuvo la valentía de abandonar la casa Disney después de terminar Peter Pan, para dedicarse a trabajar como diseñadora gráfica en el mundo de la publicidad, ¡casi nada!
Hoy en día gestionan y mantienen vivo su legado tanto el Walt Disney Family Museum -que le dedicó una exposición en 2014-, como sus sobrinas, con el proyecto Magic of Mary Blair, una página muy inspiradora que os invitamos a visitar. Y si aún no conoces la nueva colección de Cuadernos Arty de Imborrable, ¡pásate por la tienda a verla!
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