Jesse Owens, héroe en Berlín y paria en EE UU
Jesse Owens
(James Cleveland; Decatur, Alabama, 1913 - Tucson, Arizona, 1980) Atleta norteamericano. Jesse Owens brilló en la atmósfera racista de los Juegos de Berlín de 1936, donde realizó una exhibición tan espectacular que durante unos pocos días el mundo se olvidó de que seguía ardiendo el conflicto político que conduciría a la Segunda Guerra Mundial. Owens ganó cuatro medallas de oro, batió dos records mundiales y otro olímpico.
Jesse Owens
Hijo de una numerosa familia de labradores, trabajó como vendedor de periódicos, empleado de una gasolinera y recadista mientras realizaba sus estudios primarios. A principios de la década de 1920, la familia Owens se unió a la gran emigración negra hacia el norte, afincándose en Cleveland.
Su profesor de gimnasia en la escuela, Charles Riley, se sintió atraído por el joven, a quien traía el desayuno e invitaba a almorzar a su casa además de enseñarle a correr. En la secundaria, Jesse ganó 74 de las 79 carreras en las que compitió, batiendo asimismo el récord nacional de salto de longitud. Se matriculó en la Universidad Estatal de Ohio, donde obtuvo un empleo a tiempo completo mientras practicaba el atletismo.
Realizó su primera proeza en Michigan, en 1935, batiendo cinco records mundiales e igualando otro en menos de 90 minutos: completó las 100 yardas en 9,4 segundos; saltó 8,13 metros de longitud, récord que tardó veinticinco años en ser superado, y corrió las 220 yardas lisas en 20,3 segundos y las 220 yardas vallas en 22,6 segundos. Desde ese día se le conoció como el Antílope de Ébano.
En 1936, en Chicago, batió el récord mundial de los 100 metros lisos, rebajándolo hasta los 10,2 segundos. Participó en los Juegos Olímpicos de Berlín, en los que consiguió cuatro medallas de oro: en los 100 y los 200 metros lisos, en el salto longitud y en los relevos 4 x 100 metros.
Una vez terminados los Juegos Olímpicos, el equipo de Estados Unidos inició una gira por Europa en la que Jesse Owens se negó a participar; quería volver a su hogar. Esta actitud le valió ser suspendido de las filas amateurs e impidió que se le otorgara el Premio Sullivan como amateur más destacado de EE.UU. en 1936, que recayó en el decatlonista Glenn Morris.
Retirado de las pistas, hizo incursiones sin éxito en el mundo de los negocios, perdiendo su fortuna y cayendo en el anonimato, hasta que el gobierno de Estados Unidos lo designó embajador de buena voluntad. Jesse Owens volvió a florecer entonces como orador público capaz de despertar las emociones de sus oyentes, hablando ante convenciones de negocios, grupos juveniles y organizaciones cívicas. Falleció en 1980, víctima de un cáncer de pulmón. Sus hazañas son recordadas en la magnífica película que rodó Leni Riefenstahl sobre los Juegos de 1936.
Este 9 de agosto de 2011 se cumplen 75 años de una de las hazañas más importantes e impactantes de la historia del deporte. El mismo día, en 1936, un atleta de color culminaba su exhibición en Berlín ante la presencia de Hitler, enterrando de un plumazo todas las teorías sobre el supremacismo ario, y contra todo tipo de barreras raciales provenientes de su propio país. Hace 75 años nació la leyenda de Jesse Owens.
Todo comenzó el 3 de agosto de 1936, cuando el atleta estadounidense se colgó el primer oro en la prueba de cien metros lisos. Mucho se ha hablado de aquella primera exhibición del afroamericano, como que Hitler se negó a darle la medalla, algo que es totalmente falso, porque el Führer solamente entregó las dos primeras que se otorgaron en los juegos.
El 4 de agosto Owens lograba su segundo oro en la prueba de salto de longitud. Pero lo logró sobre todo gracias al local Lutz Long, en uno de los gestos deportivos más bonitos y emocionantes que se recuerdan en la historia del deporte olímpico, y que levantó ciertas ampollas en la Alemania nazi de la época. Porque vale que un negro ganara una prueba atlética en Munich, pero que encima lo hiciera con la ayuda de un atleta alemán que representaba a la perfección lo que ellos definían como raza aria era demasiado.
Al día siguiente, el 5, se hacía con la tercera medalla de oro tras imponerse en la final de los 200 metros con un nuevo record olímpico de 20.7 segundos.
Y el día 9 de agosto de 1936, ante la incredulidad y la fascinación de todos, Jesé Owens lograba la gesta de las cuatro medallas de oro, marca que no pudo ser igualada hasta que en 1984 lo hiciera Carl Lewis. Y para completar el hito, el atleta americano logró el triunfo en la prueba más controvertida de todas.
Porque la final del 4x100 tuvo muchísimas connotaciones racistas, y aún hoy en día trae cola. Owens, por marcas, había conseguido entrar en el equipo de relevos que iba a participar en los Juegos, del mismo modo que lo había logrado Metcalfe, con quien compartía color de piel. Sin embargo, para ese nueve de agosto no estaba prevista la participación de ninguno de los dos. El culpable, Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico estadounidense, quien decidió que en la final correría un cuarteto de pura raza blanca.
Sin embargo, el temor a verse superados por Holanda, otra super potencia entonces en la velocidad, hizo que finalmente se decidiera por dar entrada en el equipo a los dos atletas. O esa fue la versión oficial, porque existe otra versión igualmente creíble: Brundage, en un guiño hacia Hitler, dio entrada a los dos negros para quitar del equipo a los dos únicos judíos presentes en la expedición –hay que recordar que si bien Hitler nunca maniobró para que los atletas de color no participaran en los Juegos de Berlín, sí lo hizo contra los judíos-, Gluckman y Stoller, quienes no participaron en ninguna prueba.
Sea como fuere, Owens corrió, y ganó, aquella final del 4x100, logrando así su poker de medallas de oro, un resultado que adquiere aún más valor si tenemos en cuenta las barreras raciales que tuvo que superar para lograrlo, y no hablamos únicamente de la Alemania nazi –de hecho, la animadversión de Hitler por el atleta se ha sobredimensionado a lo largo de la historia- sino de su propio país.
Como el propio Owens reconoce, tras la gesta de Berlín se había convertido en un ídolo en todo el mundo, excepto en su país, que no estaba dispuesto a considerar héroe nacional a un atleta negro. "Al regresar escuché historias sobre Hitler y cómo me despreció, pero en mi tierra no podía sentarme en los primeros asientos de los autobuses ni vivir donde quisiese. ¿Cuál era la diferencia?" aseguraba el atleta.
Nadie le ofrecía un trabajo, las marcas publicitarias querían evitar a toda costa que se le relacionara con él, e incluso Roosevelt no quiso estrecharle la mano en plena campaña de reelección. No fue hasta 1976, cuatro años antes de su muerte y 40 después de su gesta, cuando recibió su primer homenaje. Pero para todo el mundo quedó la historia de Jesse Owens, la historia de aquel 9 de agosto de 1936 en el que el deporte superó las trabas racistas de la sociedad gracias a un atleta, a una leyenda. Jesse Owens provenía de una familia pobre y se vio obligado a trabajar desde los seis años junto a sus hermanos recogiendo algodón, mientras sus hermanas se encargaban de la casa. Owens y su familia huyeron del sur y se mudaron a Cleveland, donde confiaban encontrar mejores condiciones de vida gracias al desarrollo industrial que se estaba dando en aquel momento. Allí, se matricula en el instituto de Fairmont, donde conoce a Charles Riley, su primer entrenador. Riley se dio cuenta de las aptitudes de Owens y decidió enseñarle las técnicas más básicas. Fue en la universidad de Ohio cuando conoció al entrenador que lo llevaría a la fama, Larry Snyder.
Lutz Long, por su parte, nació en el seno de una familia acomodada de farmacéuticos en la ciudad de Liepzig. A los 12 años construyó su propia pista de salto de longitud en el jardín de su casa y a los 16 se inscribió en el Club Deportivo de Liepzig, donde pronto dominó otras disciplinas, tanto individuales como colectivas. Long era uno de los atletas predilectos de Hitler al representar el ideario de la raza aria. Sin embargo, aunque nunca fue especialmente crítico con el gobierno, el atleta no se identificaba con dichas ideas. En varias cartas remitidas a su madre, Long afirmaba que “la raza y el color de piel no tienen importancia, no determinan el destino de un pueblo”.
Un abrazo que hizo historia
Durante los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, Long se atrevió a desafiar al régimen al entablar amistad con Owens. En la clasificación para la disciplina de salto de longitud, Long aconsejó al atleta afroamericano que saltara desde un poco más atrás para no hacer nulo, y cuando este le ganó en la final fue corriendo a abrazarle.
Se especuló mucho sobre las consecuencias que tuvo sobre Long este abrazo. Se dijo que le prohibieron volver a competir y que lo habían destinado al frente ruso, lo que fue desmentido por el propio Long en un artículo publicado en la prensa. Sin embargo, la madre del atleta aseguró que Rudolf Hess, uno de los colaboradores más próximos a Hitler, le dijo que a su hijo no se le ocurriera abrazar a un negro nunca más.
Ambos atletas demostraron una gran deportividad que ha hecho historia, y mantuvieron su amistad tras los Juegos. Owens y Lutz intercambiaron cartas hasta la muerte de este segundo en la Segunda Guerra Mundial.
El deporte había permitido a Long librarse de combatir en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en 1943, ante las sucesivas derrotas del ejército del Reich, fue considerado apto para combatir y lo destinaron a Sicilia, donde se estaba produciendo la operación Husky. Fue declarado desaparecido el 14 de julio de 1943. En la última carta enviada a Owens, Long, temiendo no sobrevivir a la guerra, le pidió a Owens que viajara a Alemania a conocer a su hijo pequeño y le contara la amistad que ambos habían mantenido.
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